LA FRASE

"Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad."

Sir Arthur Conan Doyle

domingo, 14 de enero de 2007

Música en mí

Cuando me paro a contemplar mi estado de lamentable analfabetismo musical, no tengo más remedio que echarle las culpas al sistema educativo español, que es poco más o menos lo que solemos hacer todos, lo mismo sea para un roto que para un descosido. A falta de que en esos años tiernos nos impartieran una sistemática historia de la música, desde los griegos a Schömberg, porque la música era siempre una maría y la profesora era casi siempre la que no servía para dar otra cosa, y como el Conservatorio no lo he pisado nunca, porque nada más el nombre me provocaba olor a cloroformo, uno se tiene que conformar con el latoncillo falso y autodidáctico, hecho un poco a trompicones, de la propia biografía, y comprobar que el oleaje de los años le ha ido adhiriendo en la piel una costra de sonidos, un rebozado caótico de músicas que han sonado un poco al azar, según las modas, según las ocasiones, según de quién o de qué anduviese enamorado en cada momento, configurando el propio paisaje sentimental.

Porque, al final, la vida de un hombre, como la vida de un pueblo, puede resumirse en un conjunto de sonidos: el de las palabras, el de las notas. Letra y música. No imágenes, porque la vida de uno da para pocas imágenes; la vida de uno es casi invisible. Letra y música de canciones de moda, de canciones de un solo verano, tan efímeras, tan pegadizas; de la polifonía de las cortes renacentistas; del grito desgarrador del martinete o del airoso compás de la bulería; del agridulce y sentimentaloide cuplé de la Piquer o del estremecimiento genital de Elvis-The-Pelvis, sin olvidar el Veni Creator Spiritus, el Pange Lingua o el himno del colegio. Todo un puzzle.

Porque eso es lo que más le inquieta a uno. Que en materia musical no tenga gusto, al menos gusto fijo, y que lo mismo le puedan emocionar Triana Pura que Georg Phillip Telemann, un suponer, Kiko Veneno lo mismo que François de Couperin, según las ocasiones, según las compañías, buenas o malas, que de todas, ocasiones y compañías, ha tenido uno.

A veces he pensado en qué música me gustaría que se tocase (enlatada, para no fastidiar mucho) en mis funerales, algo así como el resumen sonoro de mi vida. Y no he encontrado ninguna con que atarear a mis albaceas. Yo, en ese momento, elegiría la música según el humor que tuviese. Pero, como me temo que en ese trance no me encontraría con humor para nada, aún mantengo el codicilo en blanco en el apartado correspondiente a esta cuestión.

Y, mientras tanto, voy dejando que la vida me sorprenda con sus sonidos extraños e impredecibles, y lo mismo escucho la radio clásica que la decibélica y estereofónica emisora que sólo le da novedades al aire. Lo mismo voy a un concierto en un templo o en un teatro que coloco un disco de flamenco en la soledad de mi escritorio o me dejo llevar por la melodía rara, cada vez más rara, del afilador que pasa en la calle arrastrando las notas de su cansino caramillo (porque eso, digo yo, será también música, ¿no?).

Y dejo que la música me envuelva en su humo sonoro, y me haga ver en la niebla lo que pocas veces veo en los días despejados. “Je crains la nuit quand tu n’es pas là”, canta Céline Dion en el disco que acabo de poner mientras escribo estas líneas.

[Publicado en Diario de Sevilla el 22 de abril de 1999, respondiendo a una encuesta en que se me preguntaba por mi música favorita]

1 comentario:

canalsu dijo...

Yo tuve suerte. A los doce años me pusieron "Música Acuática" y el "Don Juan" de Mozart, el aria de Leporello, creo. El profesor nos explicaba y, con buen tino, nos contaba la batalla de la Obertura 1812, oíamos los cañones, la arrogancia francesa y el hermoso himno francés que se rendía. Con complicidad, nos preguntaba si el sonido de la "Flauta Mágica" era una voz humana o un instrumento.

Quiero decirte que tuve una magnífica formación musical porque consiguieron o descubrieron que me gustaba la música, que me emocionara, que analizara, que disfrutara…por eso no me resulta extraño lo que dices.

Y para que veas, renuncio y te concedo la música que yo había elegido, de momento, para mi entierro: el Aserejé.

No hace falta que me des las gracias, que te conozco.